“Respetar las instituciones existentes, mientras no sea posible sustituirlas por otras mejores y más sólidamente fundadas”
René Descartes.
No obstante René Descartes (1596-650) ser considerado el padre de la filosofía moderna, así como de la ciencia, entre otras denominaciones ya geométricas y matemáticas, es, de modo inevitable, como cualquiera que respirase los vahos de la dictadura aristotélica del momento, un espíritu antiguo. Dijo alguien, cuyo nombre escapa a estas líneas, que en cada uno de nosotros anima un antiguo.
Probablemente, de la familia de los filósofos, ronde Sócrates los contornos cartesianos, o viceversa. No es materia aquí su comparación, pero no es posible evitar durante la lectura de sus escritos, en especial el Discurso del Método, la evocación de esa sombra socrática que marcha en pos del cumplimiento de su oráculo, ese mismo que le dictaminó que era el hombre más sabio entre los hombres de su tiempo. Descartes, por su lado, es una pila de académica humildad (si ese contrasentido es posible) y anda deteniéndose a cada trecho para ofrecer disculpas por los vanidosos o petulantes perfiles que sus palabras puedan ofrecer; pero, como en Sócrates, que humildemente buscaba el conocimiento de su nimiedad personal (comprobar que no era el hombre más sabio) y la misión misma lo revestía de inexorable grandeza, en Descarte no ocurría menos cuando declaraba que le “embargaban tantas dudas y errores, que me parecía que, procurando instruirme, no había conseguido más provecho que el de descubrir cada vez mejor mi ignorancia” (1).
Una declaración, sin duda, de grandeza a la inversa, si es posible expresarlo así, tal cual como en Sócrates. Mientras el viejo buscaba a alguien más sabio que él, descubría un mundo nutrido de ignorancia y consecuentemente se corroboraba a sí mismo como el más sabio de los hombres; así en el nuevo, en Descartes, mientras se declaraba ignorante a la par que errado, proponía un método que garantizaba el hallazgo de la verdad y la corrección de mundo tan desviado. Y nadie mejor que él mismo, como lo declara hacia el final de su escrito, para ejercerlo (que otros no lo ejecutarían tan bien como él, que lo concibió), de paso, método de su pura invención, como no vacila en aclararlo; y método necesario en época donde prevalecía una filosofía vulgar y autoritaria por encima de los balbucientes cimientos de una más cierta, la cual se proponía establecer.
Descartes es un hombre del Renacimiento (su primer filósofo, además) y hay, de hecho, problemas epistemológico para entroncarlo con la filosofía precedente, como afirma Manuel García Morente; cita este autor a Hamelin: “parece venir inmediatamente después de los antiguos” (2). Lo cual nos arroja a la situación ensayada al principio de este escrito de conectarlo directamente con Sócrates como presencia antigua, incluso a despecho de ser el filósofo renacentista uno de los precursores de la modernidad, nueva era que, por cierto, comporta una actitud de ruptura con los valores cuasiingénuos de la antigüedad.
Por supuesto, la comparación es sólo formal y conducente, en nuestro caso, a la reflexión procurada sobre el respeto de Descartes por lo establecido. Ambos se enfocan sobre la mecánica del razonamiento, el primero como atornillándola severamente hacia una dialéctica que no cesó de granjearle enemistades (no es tarea precisamente amable esa de andar demostrándole a la gente que es ignorante); el segundo, por el contrario, desatornillando el armazón del pasado, construido por los antiguos sobre base de la autoridad (Platón, Aristóteles, Ptolomeo) y la apreciación errónea de los sentidos. Eso de que el hombre era la medida…, ¡umm!, ya como que no era suficiente.
Buscar la verdad, en uno, como construir una nueva ciencia que también la encontrase, en el otro, separados por veinte siglos, los condujo al mismo apartadero: tener conflictos con los poderes políticos y religiosos del momento, el uno abiertamente y el otro soterradamente. Ya se sabe: Sócrates fue condenado a muerte no tanto por afirmar que oía la voz de un pequeño dios que lo inspiraba, ofendiendo así a los dioses mayores y pervirtiendo a los jóvenes, como por aporrear la egolatría de unas cuantas personalidades de su época. Los hombres, en el fondo, matan por vanidad y utilizan las leyes para ello.
En cambio Descartes fue un filósofo más cauteloso y críptico, a pesar de que también cultivó su “genio maligno”. Su conflicto con los poderes fue interno, calculado, acallado y maniatado. No obstante proponer esencialmente con sus escritos el inicio de una nueva era del pensamiento que echaba en el cesto la sacra autoridad de los ídolos oficiales, Descartes mantuvo el cuido de ser o parecer conciliador. Al respecto, algunos hasta alegan que, como hombre de geometría y de matemáticas que era, escribió sus textos manejándose en claves.
Lo cierto es que el francés apreciaba en grado sumo el tiempo y temía malgastarlo en las diatribas y defensas a las que podían conducirle la expresión francamente opositora o desafiante de sus ideas. Por ello respeta la autoridad y la institucionalidad de su época. Necesitaba terminar su obra y en aras de ello, sincera o hipócritamente en un filósofo que comportaba la demolición de lo establecido, se dedicó a lo largo de sus escritos a exorcizar el eventual conflicto entre el stablishment y sus ideas.
Fresca estaba la abjuración de Galileo Galilei para salvar su pellejo, en 1633, y, un poco más atrás, la quema de Giordano Bruno vivo, en 1600. Y más allá, antes de su propio nacimiento, rondaba también el recuerdo de la vida de Nicolás Copérnico, quien vivió siempre tembloroso con el fajo de su De revolutionibus orbium coelestium debajo del brazo, finalmente publicado en 1543, año en que muere. Menciónese que, a modo de endulzamiento para con la autoridad por causa del calibre de lo desarrollado en el texto, Copérnico dedica una larguísima introducción al Papa Pablo III, aduciéndole que se justificara la obra como un aporte al acuerdo entre los hombres respecto de los movimientos planetarios y como una herramienta de mayor exactitud predictiva para Iglesia en su busca de un calendario más exacto.
De hecho, lo sucedido con Galileo lo llevó a desistir de su plan de publicar El Mundo, o tratado de la luz, para no ir sembrando vientos de tormentas sobre un terreno que aún esperaba lo mejor de sus obras. El tal tratado versaba sobre física, medicina y consideraciones sobre el alma y la vida animal. Esboza sus razones Descartes en su sexta parte del Discurso: “supe que unas personas a quienes profeso deferencia y cuya autoridad no es menos poderosa sobre mis acciones que mi propia razón sobre mis pensamientos, habían reprobado una opinión de física”; y más adelante: “nada había notado en ella, antes de verla así censurada [la opinión], que me pareciese perjudicial ni para la religión ni para el Estado” (3).
De forma que pareciera que la pequeña astucia de Copérnico de halagar a la autoridad para hacer pasar sus hallazgos (no digamos ya el abierto reto de Sócrates) fue redimensionado de modo supremo por Descartes cuando centra su indagación sobre Dios, el hombre y su naturaleza y verdad, en sus Meditaciones, 1641, especialmente por abundar sobre su perfección. Su discurso sobre la ciencia errónea y el yerro humano parte del presupuesto inobjetable de la perfección divina, inmutable e independiente. El error es susceptible de cabalgar sobre aquello que es materia dependiente de otra y no se ofrece simplemente con todo su ser y evidencia a la percepción humana, requiriéndose para su final develación el apoyo de herramientas y el amparo de un método en la guía de los razonamientos.
Pero más allá de los tan refinados cuidos del filósofo respecto a no agraviar personas o instituciones de su tiempo (o “grandes verdades”), para comprender su determinación de “Respetar las instituciones existentes, mientras no sea posible sustituirlas por otras mejores y más sólidamente fundadas” es necesario estar al tanto de su plan epistemológico explicado en la parte tercera del Discurso.
En el escrito, que divide en seis partes, dedicando la primera al tema de las ciencias, la segunda a explicar propiamente su método para guiar a la razón en la busca de la verdad científica, la tercera sobre algunas reglas morales que se propone seguir mientras implementa su método, la cuarta a Dios y el alma humana, la quinta a la física y la sexta a la naturaleza y a desarrollar algunos consejos para investigarla; Descartes nos dice que se hace de una “moral provisional” para afrontar la tarea propuesta, que, como clásicamente sabemos, es la deconstrucción del todo el bagaje recibido durante sus años de aprendizaje, con seguridad plagado de errores y falsas apreciaciones de los sentidos (esto confesado a pesar del mismo aprecio que profesa por su educación, de la cual se enorgullece, y de su no ocultada admiración por los maestros del pasado).
Y la parte de esa moral para soportarlo en esa especie de borrón y cuenta nueva del conocimiento que emprende con sus razonamientos, es la explicada en la tercera:
seguir las leyes y las costumbres de mi país, conservando constantemente la religión en que la gracia de Dios hizo que me instruyeran desde niño, rigiéndome en todo lo demás por las opiniones más moderadas y más apartadas de todo exceso, que fuesen comúnmente admitidas en la práctica por los más sensatos de aquellos con quienes tendría que vivir (4)
Allí notamos que el tal “cuido”, que mal o bien podríamos pasar como miedo o cobardía, se sujeta a los criterios de moderación y sensatez, a los usos políticos y sociales de la época y se elabora sobre un reconocimiento final de conciliación con aquellos con quienes necesariamente tendría que convivir en su país.
La razón, por debajo de ese cariz circunspecto: para Descartes lo real es lo simple y evidente al entendimiento (porque es sustancia esencial que no depende e otra para comprenderse), lo cual es base de su filosofía de exploración cognitiva y ontológica. Si algo se puede decir con seguridad del hombre es que es una substancia que piensa (cogito ergo sum), con facultad para razonar, y ello, para Descartes, constituye una evidencia de realidad del mismo que los usos y costumbres de los países configuran los efectos indubitables de un modo relativo cultural de ser.
Su condición de viajero y observador parece haber influido en el asentamiento de este criterio de relatividad, y tal criterio cordial, por donde se vea, parece penetrar su obra siempre para conciliar, para, de algún modo, amansar el contenido subversivo de sus planteamientos.
Finalmente, hay que decir que, no obstante sus cuidos y alegatos despistadores de los juicios autoritarios de la época, sus ideas fueron proscritas luego de su muerte. El ser cartesiano fue durante un tiempo un delito.
Notas:
(1) René Descartes. Discurso del Método [en línea]. Pról. Manuel García Morente. [S.P.I.]. [Pantalla 35, 1º parte]. http://docuapoyo.blogspot.com/2012/08/rene-descartes-discurso-del-metodo.html. [Consulta: 27 ago 2012].
(2) O. Hamelin. Le système de Descartes. París, 1911. Citado por Manuel García Morente en Op. Cit. (en su Pról.]. [Pantalla 14].
(3) Ibídem, [pantalla 94].
(4) Ibídem, [pantalla 53].
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“¿Está Descartes muy seguro de que toda pregunta filosófica tenga también una respuesta satisfactoria?
Ignacio Burk
¿Está Descartes muy seguro de que toda pregunta filosófica tenga también una respuesta satisfactoria?(1)
Las Meditaciones de Descartes están concebidas, principalmente, “para probar la existencia de Dios”, según lo asienta en la sinopsis previa a las mismas y según lo desarrolla en la “Meditación tercera: de Dios, que existe”.(2)
Ahora, como no existe una idea que no contenga la pretensión de representar alguna cosa y como las cosas son ciertas en tanto se perciban clara y definidamente, el razonamiento de Descartes no vacila en redondear a Dios como la representación de lo infinito (y viceversa), representación contentiva de una mayor realidad objetiva que las contenidas en las substancias finitas. Por lo tanto, la idea de Dios, su existencia, su infinitud, su omnisciencia, su creación de lo existente, es la idea suprema, la realidad máxima, la verdad y el conocimiento eternos.
Es verdadero “lo que conocemos de un modo claro y definido”, y el hombre, ser finito, con su voluntad y capacidad de juicio, abarcado en la materia infinita que es Dios, por lo tanto procedente sus facultades de la materia divina, luego estaría desasistido de la razón si negara claridad y definición a la idea de la existencia de Dios.
De modo que el entendimiento tendría que conducir a responder que filosóficamente es posible una respuesta sobre la existencia de Dios, como de cualquier otra pregunta, tales como las paradigmáticas “¿De dónde venimos?”, “¿Hacia dónde vamos?”, etc; que podría aspirarse a una respuesta satisfactoria si no fuera porque el hombre posee una facultad de raciocinio (juicio) limitada y hasta corrompida por los errores de los sentidos, las ideas preconcebidas, la educación desviadora recibida, los efectos relacionados con la voluntad y los sentimientos.
Advierte Descartes que el alma humana, en virtud de la voluntad y los sentimientos, tiende a la comodidad, a la facilidad de la preconcepción, desistiendo en más de las veces en transitar el camino del cuestionamiento y la duda, que puede conducir a la verdad, a descarnar lo falso que la oculta, y esto cuando el error no es atribuible a carencia de conocimientos (el error es un defecto de la facultad de juicio, una “privación o carencia de cierto conocimiento que debería existir en mí de alguna manera”(3)).
La mente ha de apartarse de los sentidos, como de los prejuicios, y esta reflexión se hermana tanto con la actitud como con los conocidos “ídolos del prejuicio” de su contemporáneo Francis Bacon, así como con los trabajos científicos de Galileo Galilei, dedicados a parir un método del pensamiento que conduzca a la verdad y razonamiento sin el vicio del error y dedicados a desenmascarar los engaños filosóficos establecidos por el aristotelismo.
Las siguiente palabras de Descartes profundizan en demostrar la existencia de Dios, como la finitud e imperfección propias, así como en la condición del yerro humano y el propósito filosófico que debe privar en toda búsqueda humana:
Si mi existencia procediese de mí mismo, no dudaría, no desearía, ni me faltaría nada en absoluto; puesto que todas las perfecciones cuyas ideas existen en mi mente me las habría dado a mí mismo, y de tal manera yo sería Dios. (“Meditación tercera: de Dios, que existe”(4)).
Notas:
(1) Ignacio Burk: Filosofía, una introducción actualizada / Pedro Luis Díaz García y Luis Felipe Quintanilla Ponce, col. – Caracas, Ediciones Ínsula, 1.984. – 552 p. – Bibliogr., p 532.
(2) Rene Descartes: Meditaciones metafísicas [meditaciones completas de Descartes] [en línea]. – Trad. José Antonio Míguez. - [S.F.]. - http://www.scribd.com/doc/37686804/Meditaciones-Metafiscas [también aquí, documento completo, solicitando afiliación gratuita por ser material con derechos de autor: http://docuapoyo.blogspot.com/2009/10/meditaciones-completas-de-descartes.html?zx=e3481da535e0f1a0]. - [Consulta: 8 oc 2.011].
(3) Op. Cit., “Meditación cuarta: sobre lo verdadero y lo falso”.
(4) Ibídem, “Meditación tercera: de Dios, que existe”.
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Descartes y su busca del conocimiento: duda metódica o conformismo
0 comentarios Publicado por Oscar J. Camero en 13:04
“¿Contra qué peligro, verdadera trampa mortal para la duda metódica, previene Descartes [...]?”
Ignacio Burk
Al final del primer libro de las Meditaciones metafísicas, Rene Descartes razonó:
Supondré, pues, que no un Dios óptimo, fuente de la verdad, sino algún genio maligno de extremado poder e inteligencia pone todo su empeño en hacerme errar; creeré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todo lo externo no son más que engaños de sueños con los que ha puesto una celada a mi credulidad; consideraré que no tengo manos, ni ojos, ni carne, ni sangre, sino que lo debo todo a una falsa opinión mía; permaneceré, pues, asido a esta meditación y de este modo, aunque no me sea permitido conocer algo verdadero, procuraré al menos con resuelta decisión, puesto que está en mi mano, no dar fe a cosas falsas y evitar que este engañador, por fuerte y listo que sea, pueda inculcarme nada. Pero este intento está lleno de trabajo, y cierta pereza me lleva a mi vida ordinaria; como el prisionero que disfrutaba en sueños de una libertad imaginaria, cuando empieza a sospechar que estaba durmiendo, teme que se le despierte y sigue cerrando los ojos con estas dulces ilusiones, así me deslizo voluntariamente a mis antiguas creencias y me aterra el despertar, no sea que tras el plácido descanso haya de transcurrir la laboriosa velada no en alguna luz, sino entre las tinieblas inextricables de los problemas suscitados¹
Antes de comentar, mencionemos el alerta que lanza descartes sobre la amenaza contra la duda metódica, vale recordar dos puntos marcos para situarnos en el tema.
El primero es sobre éstas, sus Meditaciones, que están compuestas por seis partes, meditaciones o libros. Comparto con ustedes el esquema realizado sobre el contenido de cada uno de ellas a efectos de analizar su lectura.
Meditación 1 | Situaciones que nos inducen a la confusión y el error. El "genio maligno". En su sinopsis escribe (previo a sus seis meditaciones, el autor escribió un resumen de ellas): "se exponen las causas por las que podemos dudar de todas las cosas". |
Meditación 2 | Argumento de la existencia de dios. Si tenemos conciencia de nosotros, la tenemos de Dios. Si sabemos de lo imperfecto, también sabemos de Dios, el ser perfecto. En su sinopsis la alude como tratado “sobre la inmortalidad del alma”. En la meditación: nada es más reconocible con evidencias que la mente. |
Meditación 3 | Prueba de la existencia de Dios: argumento sobre la existencia del mundo. En su sinopsis: "argumento para probar la existencia de Dios". |
Meditación 4 | Realidad y percepción. En su sinopsis: "se prueba que todo lo que percibimos clara y distintamente es verdadero" En la meditación: "la contemplación de Dios mismo, considerar sus atributos, y mirar, admirar y adorar la belleza de tal luz". Investigación sobre la causa del error y la falsedad. |
Meditación 5 | Argumento de la existencia de Dios: si se puede pensar, existe. En su sinopsis: al "explicarse la naturaleza corpórea tomada generalmente, se demuestra la existencia de Dios de un nuevo modo". En la meditación: "si hay algo evidente para mi mente, es absolutamente cierto" Sobre la existencia de las cosas físicas y Dios (no físico, sino mental, primordial). |
Meditación 6 | Discurso sobre el dualismo: el bien y el mal. En su sinopsis: "se separa el intelecto de la imaginación, se describen los signos de esa distinción, se prueba que el alma se distingue realmente del cuerpo". Distinción alma-cuerpo. |
El segundo punto es sobre la hora histórica que vivió Descartes (1.596-1650), hora de revolución, de cambio de posturas mentales, de derrumbe de enquistados paradigmas. Hora de cambio completo, tanto material (formas materiales de vida: Revolución industrial, Capitalismo) como epistemológico (cuestionamiento de la cosmología aristotélica).
El mundo de entonces, renacentista, es actitud de afloramiento de lo nuevo, de renovación espiritual; pero es, también, hecho de cambio concreto, cuando la sociedad asiste a su misma evolución histórica hacia lo industrial. No sólo es una sensación de cambio de actitudes mentales, sino una experiencia de facto, de mundo cambiante, comprobable al simple mirar. En otras palabras, es lo que se conoce como Modernidad,² hombre y época del presente en oposición a lo viejo y desmontado. Lo nuevo contra lo viejo, fue la época en que los hombres empezaron a zanjarse en la conocida diatriba de los antiguos versus los modernos.
El golpe epistemológico fundacional lo había asestado Galileo Galilei (1.564-1.642)³ con su nueva ciencia desmontadora de “mentiras” aristotélicas, hecho que llevó a los pensadores a concluir que el mundo había vivido bajo el engaño durante siglos (más allá incluso del mismo Aristóteles), ensayando una concepción de vida y científica basada en el error de cálculo propio de los sentidos.
De semejante sentimiento de lo perdido o de lo erróneo, en virtud de la limitada capacidad exploratoria de los sentidos ─que no especular─, participan René Descartes y Francis Bacon (1.561-1.626), quienes en su filosófica disciplina se dedican a pensar un método que no yerre en su propósito de dar con la verdad, ni en su consiguiente generación de conocimientos ciertos. En las Meditaciones, sistematiza filosóficamente Descartes sus consideraciones sobre el método nuevo de hallar verdades; como también se preocupa Bacon (Nuevo Órgano de las Ciencias) por minimizar el yerro humano al criticar la lógica y el método aristotélico, y al legarle a la posteridad, específicamente, sus alertas sobre los prejuicios del hombre como factores pervertidores de la realidad. Tales (Galilei, Descartes y Bacon), con sus posturas y trabajos, son los creadores de la Modernidad, como se les conoce.
Ahora, ya podemos preguntar contra qué peligro para la duda metódica previene Descartes. El texto en cuestión se comprende sobre la connotación del momento histórico que le tocó vivir y sobre la consiguiente angustia filosófica generada en su persona, que ve coartada la posibilidad de llegar a la certeza en el conocimiento, más cuanto si los impedimentos se enquistan en la naturaleza humana misma, en las “dulces ilusiones” de los sentidos (como dice él) y en el contexto cultural del hombre (las “antiguas creencias”), hacia donde el hombre es halado hasta voluntariamente con tal de no afrontar las dificultades de las “tinieblas” que implica el ponerse a cuestionar lo establecido.
El peligro es el conformismo. Quien vive conforme no duda y acepta como dado cuanto le rodea y cuanto se diga respecto de lo que le rodea. Quien se conforma no filosofa y teme intrincarse en la tinieblas de los “problemas suscitados” por causa de los cuestionamientos o indagaciones. Podría perder el sueño y la placidez, dado que filosofar es ante todo un ejercicio de la duda, y ya puede comprenderse por qué es más displancentero dudar que aceptar cuanto está convenido en el mundo y el universo. Considérese no más a Galileo Galilei, quien recibió su sentencia por atentar contra las “grandes verdades” aristotélicas: detenido, enjuiciado y sentenciado a abjurar de sus hallazgos.
La duda metódica es en Descartes su propuesta ante el engaño que tanto cultura (mundo) como sentidos inducen al error en el hombre. Es el primer paso metódico para encarar filosóficamente la vida, el mundo, la infinidad de verdades que se puedan ocultar detrás de un universo, y descubrirlas. Cuestionar cuanto a uno se le haya enseñado y cuanto haya oído como primer fundamento de búsqueda de lo real. No de otro modo podría prevenirse contra engaños tan milenarios y paradigmáticos, como el aristotélico. ¡Copérnico y Galilei: vaya, vaya, el mundo conocido ya no era centro de nada! Los sentidos humanos dejaban de ser la medida de todas las cosas..., como propalaban los viejos esquemas.
La propuesta de busca de la verdad en todo tiempo y lugar tendrá como impedimento epistemológico el fácil empuje de la vida, su cotidianidad y fáciles verdades, que entran a nuestro oído y construyen “realidades”. Es el llamado “sueño de la vida”, dulce e ilusorio, contra el que previene Descartes, dado que el hombre podría no querer despertar de él. Como si dijéramos que dulce, placentero y sencillo es lo conocido, en contraposición a lo rocoso e intrincado que pueda resultar la consideración o hallazgo de una nueva realidad.
La propuesta en sí no es nada nueva, aunque nunca desarrollada como sistema, como lo hizo el filósofo, aunque esencialmente sea el sistema de la filosofía como disciplina. Vieja es la idea de olvidar lo aprendido para genuinamente aprender; retroceder figuradamente hasta la condición de niño para entrar al reino de los cielos (dar con la verdad) ya lo recomendaba Jesús de Nazaret; y también, contemporáneamente con Descartes, lo propuso Francis Bacón cuando dijo que “No entraremos en el Reino del Hombre de esta Tierra que es el de las ciencias, como no entraremos en el Reino de los Cielos, si no damos la vuelta para hacernos niños”.
Para un filósofo, dormirse sobre la corriente de la vida no es opción de vida, sino de inexistencia, en tanto el mundo podría ser la decoración de una farsa. Su misión es la duda para detectar verdades o engaños, y ello puede incluir presuponer que su vida es una ficción (como hiciera el mismo Descartes) con tal de no dejarse arrastrar por el “sueño de la vida”.
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¹ Rene Descartes: Meditaciones metafísicas [meditaciones completas de Descartes] [en línea]. – Trad. José Antonio Míguez. - [S.F.]. - http://www.scribd.com/doc/37686804/Meditaciones-Metafiscas [también aquí, documento completo, solicitando afiliación gratuita por ser material con derechos de autor: http://docuapoyo.blogspot.com/2009/10/meditaciones-completas-de-descartes.html?zx=e3481da535e0f1a0]. - [Consulta: 17 nov 2.010].
² Oscar J. Camero: “Modernidad, actitud de cambio y novedad” [en línea]. – En Blogxistencia, viviendo y pensando en ello. - [S.F.]. - http://blogxistencia.blogspot.com/2010/05/modernidad-actitud-de-cambio-y-novedad.html. - [Consulta: 17 nov 2.010].
³ Y Nicolás Copérnico con antelación, y su teoría heliocéntrica.
Etiquetas: Duda metódica, Modernidad, Renato-Descartes