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I

En al aforismo 68, de su Novum Organum, dice Francis Bacon:

conviene por formal y firme resolución, proscribirlos todos [a los ídolos del prejuicio], y libertar y purgar definitivamente de ellos al espíritu humano, de tal suerte que no haya otro acceso al reino del hombre, que está fundado en las ciencias, como no lo hay al reino de los cielos, en el cual nadie es dado entrar sino en figura de niño.¹

Al respecto comenta el profesor Ignacio Burk:

El pensamiento de Bacon es en amplia medida utópico.  Su sueño de una humanidad libre y feliz por obra y gracia de la ciencia, sigue siendo sueño.  Hoy sabemos que una vida estrictamente científica es imposible.  Más importante que el saber científico, es saber qué hacer con la ciencia.  Y esto no es un problema científico, sino humano.  La solución que se le dé, no podrá ser tecnológica.  Dependerá fundamentalmente del grado de sabiduría y de la calidad moral del hombre y de su sociedad planetaria.  Las perspectivas del futuro de nuestra vida, dominada por la ciencia y sus aplicaciones técnicas, son oscuras; entusiasman y atemorizan a la vez.²

II

Dos aspectos quedan sobre la mesa.  El primero, expuesto por el comentado, es el asunto de las actitudes humanas que propicien el hallazgo del conocimiento; y el segundo, del comentarista, es el cientificismo, derivado del primero.

Como Jesús de Nazaret para ilustrar la condición del alma humana requerida para “entrar al reino de los cielos”, no vacila tampoco Bacon echar mano de la imagen del niño para apoyar su punto de la necesidad de desprejuciarse para acceder al reino de los hombres, que es el de la ciencia, según afirma.

De manera que el conjunto metafórico no deja de ser atrayente por su doble connotación:  el ser “niño”, por un lado, despojado de malicia, para después merecer ser el mayor receptor de la verdad divina; y, por otro lado, el ser el mismo niño pero sin ningún atisbo de prejuicios tergiversadores de la razón para acceder consecuente a la verdad científica.

Región divina por lado y región humana por el otro; fe y pureza para uno, ciencia y precisión para el otro.

 

III

La comparación es, sin duda, poderosa.  Compara tiempos, actitudes humanas y cambios históricos, más allá del simple hecho de la conexión metafórica.

Inauguró Jesús de Nazaret una era de revolución con su propuesta de que el hombre ame al prójimo como a sí mismo en medio de una humanidad exponencialmente egoísta, centrada en la guerra, el poder y la lujuria, sin conciencia conceptuada del amor.  Hizo el amor, en el plano de los sentimientos y la esperanza, su trabajo balsámico de rescatar a millones sumidos en el olvido y la condena para aproximarlos a una salvación inusitada, haciéndolos transitar el camino de la verdad y fe divinas.  Por primera vez el amor se hacia conciecia y ser de cultura.

Bacon, por su lado terrenal, protagonizó un cambio de época, de mundo, de paradigma, y a su manera inauguró una posteridad también.  En su opinión, su tiempo era el “anciano del mundo” y no los llamados “tiempos antiguos”.³  En consecuencia, se sentía partícipe de una época rica en observaciones y experiencias (ya se contaba con la pólvora, la imprenta y las propuestas de Copérnico y Galileo sobre la farsa del mundo geocéntrico), momento del espíritu calificado ─se dirá─ para desmontar la prédica del pensamiento dominante de entonces, a saber, el aristotelismo, sistema filosófico antiguo que daba mucho crédito al testimonio de los sentidos, en especial al del ojo humano, y dogmáticamente centraba los pilares de sus postulados bajo la fuerza de la autoridad.

Centra sus reflexiones, en consecuencia, sobre la verdad, como a su manera lo hiciera el nazareno.  ¿Qué es la verdad?  En mundo había vivido bajo el engaño, bajo una dictadura impuesta desde los clásicos, cerrada hacia el camino de la certeza.  Precisado estaba de un cambio de timón que empezaba por borrar eso de que hombre y sus sentidos eran la medida de las cosas, caldo histórico de cultivo del yerro humano.  No razonaba con pureza el hombre para atisbar la verdad de las cosas, por un lado, y la autoridad escolástica de la época, por el otro, ejercía un verdadero imperio sobre los ingenios y pretensiones de ver más allá de la nariz convencional.  Un ciclo cerrado para el error.

Así propone una introspección del pensamiento humano para depurar del yerro la capacidad del juicio del hombre (sus famosos ídolos del prejuicio) y desarrolla una propuesta de ciencia basada en la observación y el uso de instrumentos y métodos auxiliares allí donde la cortedad de los sentidos humanos no eran suficientes para acceder a la verdad.  En otros palabras, un sistema (método ya en Descartes, más adelante) para procurar la verdad, empírico él (Bacon es considerado el padre del empirismo), con los pies sobre la tierra y los nuevos tiempos, y alejado de aquellos cimientos etéreos procedentes de épocas ingenuas de la historia del pensamiento.

Hacerse niño para acceder al mundo de los hombres, que es el de la ciencia, y poder participar de la verdad con precisión en virtud de un juicio límpidamente guiado (sin prejuicios) y apoyado en un método, encuentra empuje argumental en la explicación de uno de sus ídolos, el de las cavernas:  el hombre, de niño, viene pergeñado hacia el error por la educación que recibe, por la influencia de quienes ejercen autoridad sobre su persona y por el trato ordinario con otros, lo cual lo conduce hacia una noción de cotidiana normalidad que eventualmente teñiría la diafanidad de su percepción y juicio posteriores.

De modo que se precisa la revisión y, dado el caso, el desmontaje de las nociones que pudieran conllevar a errar el camino hacia la verdad entre los hombres, esto es, el hecho científico.  Ahora había que mirar con ciencia, con método, con sistema, y para ello había que desenredarse de lo aprendido que no sirviera al propósito de tan terrenal y flamante religión entre los hombres.

 

IV

Tal cientificismo propuesto por Bacon, ese método que se basa en la observación y en el preciso guiar del razonamiento para llegar a la verdad del objeto estudiado, ejerció su peso histórico en el nacimiento de la ciencia que conocemos.  No existe noción de método científico (medición y empirismo) que no reconozca a Bacon como uno de sus progenitores, al menos en su expresión precursora dado que el método de hacer hacer ciencia hoy es otra cosa.  Fue el legado de posteridad de este pensador en su tiempo.

Mas como otros tantos pensadores que concibieron doctrinas, recetas o modos de vidas para lo humano (irónicamente como el mismo aristotelismo contra el cual se revolucionaba), Bacon navegó en lo utópico.  ¡Pero es el hombre el molde imperfecto que no se presta para el calado probablemente perfeccionista de las doctrinas:  materia inasible eterna, corriente informe de una espiritualidad sin fronteras!

 

V

Aquello de derivar conocimiento y conceptuaciones de la naturaleza observada y medida puede que en su tiempo constituyó una propuesta de desmontaje de un pensamiento sistematizado sobre la autoridad y la percepción ingenua; pero de allí a que pueda normar el indomable modo de vivir y de pensar de los seres humanos (especie reacia a lo eterno, al encasillamientos), parece mediar un trecho inconcebible.  Pero probablemente no sea Bacon y su utópico cientificismo la imperfeccion, como dijimos,  sino el hombre, el majadero hombre...

No obstante el espectacular influjo de la ciencia en nuestras vidas, especialmente hoy, era de la información, sociedad postindustrial, y no obstante el constante flujo y reflujo de utopías futuristas, el hombre lejos está de concebirse como una máquina, máquina robótica como las de hoy.  Ni siquiera en el caso de la cibernética, que concilia al tejido vivo (pensante o palpitante) con la máquina locomotora, se puede concebir que el majadero pierda ese espíritu de la duda y de la tentación que lo hará acariciar para siempre lo que se suponga más allá de los límites.  Porque tal pareciera su definición y tendencia:  el infinito y la imprecisión; y tal noción pareciera corroborarse en época tan científica y precisa como la de hoy cuando, a pesar de los caminos explorados, el majadero sigue mirando más allá y tentando el infinito, preguntándose lo de siempre:  ¿qué somos?, ¿de dónde venimos? y ¿hacia dónde vamos?   Cómo si no hubiésemos llegado a un punto que se pueda considerar un límite.

El alma humana es una sed que no se sacia.

 

Notas:

¹  Francis Bacon:  Novum Organum [en línea]. – [S.P.I.]. - Libro primero, Aforismo 68. http://paranalisis.blogspot.com/2012/08/francis-bacon-novum-organum.html.  [Consulta: 4 sep 2012].
²  Ignacio Burk:  Filosofía:  Una introducción actualizada / Pedro Luis Díaz García y Luis Felipe Quintanilla Ponce (Col). – Caracas:  Insula [impreso por Grafarte para Vzla], 1984 [tomado de la Cub.]. – p. 10.
³  Bacon:  Novum... - Aforismo 84.

 

“Preparar una exposicón sobre el concepto y los comienzos de la modernidad.  Tome en cuenta estos puntos:  definición de la modernidad y caracterización de sus comienzos; la nueva física y cosmología; el descubrimiento de América como contribución al pensamiento nuevo; la preocupación filosófica por el método en atención al momento histórico que la motiva; los primeros teóricos del método y sus libros.”
Ignacio Burk

La modernidad es ante todo una actitud que comporta un sentimiento de cambio, de imposición de una nueva razón respecto de valores tradicionales históricos y filosóficos.  Se orienta a transformar el modo de vida, la sociedad, sobre el contexto de nuevas condiciones históricas de cambio de carácter material:  la Revolución Industrial y el Capitalismo son su locomotora, fenómenos económicos, sociales y políticos triunfantes que llevan a confrontar o superar lo antiguo o viejo.

Arranca, como sentimiento y actitud, con ese renacentismo del siglo XV, pero se concreta como hecho modernista, como Edad Moderna, con el advenimiento de la sociedad industrial.  Es lo nuevo versus lo viejo.

De hecho, la Edad Moderna  está situada como época aterrizando en los inicios de la Edad Contemporánea, por allí a principios del siglo XIX, arrancando desde la Edad Media.

Semánticamente “modernidad” es atributo de moderno, una cualidad; el diccionario nos dice en la primera acepción que “moderno” es lo “Perteneciente o relativo al tiempo de quien habla o a una época reciente.” (1)  Lo actual, pues, como si casi dijéramos lo que vale realmente, la realidad, y valga la redundancia.

En fin, para ser más tajantes, véase el derivado “modernismo”:  “Especialmente en arte y literatura, afición a las cosas modernas con menosprecio de las antiguas.”  Ese menosprecio es el que nos lleva a despotricar de los antañones, espetándole a veces un “¡Modernízate!”.

Así llegamos al punto procurado de la razón filosófica que priva a partir del Renacimiento:  no es el desprecio de las posturas de los antiguos, sino su revisión y, a veces, hasta su desenmascaramiento.  Vaya sin la mala fe del desprecio esto del  “desenmascaramiento”, porque filósofo fueron los modernos formados en las escuelas antiguas.

El aire cuestionador de los nuevos tiempos (estructuras sociales que cambian, sistemas económicos que se consolidan, impacto de nuevas tecnologías, la imprenta en un principio) obliga a una nueva mentalidad también, centrada primordialmente en la revisión de la posturas aristotelianas y platónicas como directrices de vida, conocimiento y cultura.  Tal ambiente justificó plenamente los trabajos de Renato Descartes y su duda metódica (buscando la verdad con evidencias:  Meditationes de Prima Philosophia) y de Francis Bacon con su combate a los ídolos del prejuicio (Novum Organon Scientiarum).  El nuevo ambiente revolucionario, modernista, cuestionador de lo viejo y de sus viejas cadenas, llevaron a estos dos filósofos a sembrar la duda como método inicial de exploración científica y del pensar filosófico; y los llevó también a sentar las bases emancipadoras mentales del antiguo esquema del pensamiento humano, con toda su predeterminación cosmogónica, cosmológica, científica y filosófica.

Parejo al proceso de superación de la sociedad preindustrial caminó esta actitud de los nuevos tiempos, propia de los audaces hombres con sus nuevas tecnología de la época industrial, cuasi dioses de la invención.

Lógicamente, hay que tener en cuenta para estas consideraciones sobre críticas actitudes respecto de la tiranía de lo viejo, el aporte fundamental de quien es considerado hoy no sólo el “padre de la ciencia”, sino de la “física moderna” y “astronomía moderna”:  Galileo Galilei.  El, junto a Copérnico (quien sustentó con cálculos matemáticos el heliocentrismo), prácticamente iniciaron la revolución científica, y debe quedar claro que semejantes “revolcones” en las actitudes y costumbres humanas  de la época han de afectar el espectro del pensar filosófico, dado que ciencia es discurso sistematizado de un sector de lo real, de lo real susceptible filosófico.

Por sus trabajos, Galileo se confronta a los poderes vigilantes de las viejas épocas, esto es, aristotelismo e Iglesia Católica Romana, y ello ilustra emblemáticamente el moderno conflicto entre la libertad de pensamiento del hombre y la autoridad, rígida en medio de tanto revolucionario cambio.  De hecho, para juntar ya teoría y práctica, digamos filosofía y ciencia, respectivamente, el trabajo experimental de Galileo se presume complementario de los escritos idealizantes de Francis Bacón sobre el método científico.

Cosmológicamente el mundo se reacomodaba, pues, el conocido empezaba a resquebrajarse,  a modernizarse, correlativo a las nuevas formas de vida industrial y capitalista que nacían entonces, como sentándose a esperar que tanto doctrina como vieja autoridad rodasen por los suelos en virtud de una más pura razón humana y manera de pensar.  El mundo ya no era el centro, como propalaba la vieja Iglesia, que vieja sigue aun hoy, sumida en la catacumbas aristotélicas de la premodenidad.  De allí la razón de su hundimiento y, probablemente, de su final descomposición como poder ensamblado en la transmoderna sociedad de hombres tentando a ser dioses.

Como hachazo final, para avivar la llama modernista y el reguero incendiario de las transformaciones, el “descubrimiento” de América y los viajes de los “descubridores” alrededor del mundo trajeron al tapete las sospechas de la redondez de la Tierra y la falacia de los antiguos poderes y doctrinas.

El “nuevo mundo” no son los territorios, planetas o nuevas formas de vida hallados, sino la actitud moderna pensante de los hombres.  La modernidad es la vita nuova.

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