Mostrando entradas con la etiqueta Ciencia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ciencia. Mostrar todas las entradas

I

En al aforismo 68, de su Novum Organum, dice Francis Bacon:

conviene por formal y firme resolución, proscribirlos todos [a los ídolos del prejuicio], y libertar y purgar definitivamente de ellos al espíritu humano, de tal suerte que no haya otro acceso al reino del hombre, que está fundado en las ciencias, como no lo hay al reino de los cielos, en el cual nadie es dado entrar sino en figura de niño.¹

Al respecto comenta el profesor Ignacio Burk:

El pensamiento de Bacon es en amplia medida utópico.  Su sueño de una humanidad libre y feliz por obra y gracia de la ciencia, sigue siendo sueño.  Hoy sabemos que una vida estrictamente científica es imposible.  Más importante que el saber científico, es saber qué hacer con la ciencia.  Y esto no es un problema científico, sino humano.  La solución que se le dé, no podrá ser tecnológica.  Dependerá fundamentalmente del grado de sabiduría y de la calidad moral del hombre y de su sociedad planetaria.  Las perspectivas del futuro de nuestra vida, dominada por la ciencia y sus aplicaciones técnicas, son oscuras; entusiasman y atemorizan a la vez.²

II

Dos aspectos quedan sobre la mesa.  El primero, expuesto por el comentado, es el asunto de las actitudes humanas que propicien el hallazgo del conocimiento; y el segundo, del comentarista, es el cientificismo, derivado del primero.

Como Jesús de Nazaret para ilustrar la condición del alma humana requerida para “entrar al reino de los cielos”, no vacila tampoco Bacon echar mano de la imagen del niño para apoyar su punto de la necesidad de desprejuciarse para acceder al reino de los hombres, que es el de la ciencia, según afirma.

De manera que el conjunto metafórico no deja de ser atrayente por su doble connotación:  el ser “niño”, por un lado, despojado de malicia, para después merecer ser el mayor receptor de la verdad divina; y, por otro lado, el ser el mismo niño pero sin ningún atisbo de prejuicios tergiversadores de la razón para acceder consecuente a la verdad científica.

Región divina por lado y región humana por el otro; fe y pureza para uno, ciencia y precisión para el otro.

 

III

La comparación es, sin duda, poderosa.  Compara tiempos, actitudes humanas y cambios históricos, más allá del simple hecho de la conexión metafórica.

Inauguró Jesús de Nazaret una era de revolución con su propuesta de que el hombre ame al prójimo como a sí mismo en medio de una humanidad exponencialmente egoísta, centrada en la guerra, el poder y la lujuria, sin conciencia conceptuada del amor.  Hizo el amor, en el plano de los sentimientos y la esperanza, su trabajo balsámico de rescatar a millones sumidos en el olvido y la condena para aproximarlos a una salvación inusitada, haciéndolos transitar el camino de la verdad y fe divinas.  Por primera vez el amor se hacia conciecia y ser de cultura.

Bacon, por su lado terrenal, protagonizó un cambio de época, de mundo, de paradigma, y a su manera inauguró una posteridad también.  En su opinión, su tiempo era el “anciano del mundo” y no los llamados “tiempos antiguos”.³  En consecuencia, se sentía partícipe de una época rica en observaciones y experiencias (ya se contaba con la pólvora, la imprenta y las propuestas de Copérnico y Galileo sobre la farsa del mundo geocéntrico), momento del espíritu calificado ─se dirá─ para desmontar la prédica del pensamiento dominante de entonces, a saber, el aristotelismo, sistema filosófico antiguo que daba mucho crédito al testimonio de los sentidos, en especial al del ojo humano, y dogmáticamente centraba los pilares de sus postulados bajo la fuerza de la autoridad.

Centra sus reflexiones, en consecuencia, sobre la verdad, como a su manera lo hiciera el nazareno.  ¿Qué es la verdad?  En mundo había vivido bajo el engaño, bajo una dictadura impuesta desde los clásicos, cerrada hacia el camino de la certeza.  Precisado estaba de un cambio de timón que empezaba por borrar eso de que hombre y sus sentidos eran la medida de las cosas, caldo histórico de cultivo del yerro humano.  No razonaba con pureza el hombre para atisbar la verdad de las cosas, por un lado, y la autoridad escolástica de la época, por el otro, ejercía un verdadero imperio sobre los ingenios y pretensiones de ver más allá de la nariz convencional.  Un ciclo cerrado para el error.

Así propone una introspección del pensamiento humano para depurar del yerro la capacidad del juicio del hombre (sus famosos ídolos del prejuicio) y desarrolla una propuesta de ciencia basada en la observación y el uso de instrumentos y métodos auxiliares allí donde la cortedad de los sentidos humanos no eran suficientes para acceder a la verdad.  En otros palabras, un sistema (método ya en Descartes, más adelante) para procurar la verdad, empírico él (Bacon es considerado el padre del empirismo), con los pies sobre la tierra y los nuevos tiempos, y alejado de aquellos cimientos etéreos procedentes de épocas ingenuas de la historia del pensamiento.

Hacerse niño para acceder al mundo de los hombres, que es el de la ciencia, y poder participar de la verdad con precisión en virtud de un juicio límpidamente guiado (sin prejuicios) y apoyado en un método, encuentra empuje argumental en la explicación de uno de sus ídolos, el de las cavernas:  el hombre, de niño, viene pergeñado hacia el error por la educación que recibe, por la influencia de quienes ejercen autoridad sobre su persona y por el trato ordinario con otros, lo cual lo conduce hacia una noción de cotidiana normalidad que eventualmente teñiría la diafanidad de su percepción y juicio posteriores.

De modo que se precisa la revisión y, dado el caso, el desmontaje de las nociones que pudieran conllevar a errar el camino hacia la verdad entre los hombres, esto es, el hecho científico.  Ahora había que mirar con ciencia, con método, con sistema, y para ello había que desenredarse de lo aprendido que no sirviera al propósito de tan terrenal y flamante religión entre los hombres.

 

IV

Tal cientificismo propuesto por Bacon, ese método que se basa en la observación y en el preciso guiar del razonamiento para llegar a la verdad del objeto estudiado, ejerció su peso histórico en el nacimiento de la ciencia que conocemos.  No existe noción de método científico (medición y empirismo) que no reconozca a Bacon como uno de sus progenitores, al menos en su expresión precursora dado que el método de hacer hacer ciencia hoy es otra cosa.  Fue el legado de posteridad de este pensador en su tiempo.

Mas como otros tantos pensadores que concibieron doctrinas, recetas o modos de vidas para lo humano (irónicamente como el mismo aristotelismo contra el cual se revolucionaba), Bacon navegó en lo utópico.  ¡Pero es el hombre el molde imperfecto que no se presta para el calado probablemente perfeccionista de las doctrinas:  materia inasible eterna, corriente informe de una espiritualidad sin fronteras!

 

V

Aquello de derivar conocimiento y conceptuaciones de la naturaleza observada y medida puede que en su tiempo constituyó una propuesta de desmontaje de un pensamiento sistematizado sobre la autoridad y la percepción ingenua; pero de allí a que pueda normar el indomable modo de vivir y de pensar de los seres humanos (especie reacia a lo eterno, al encasillamientos), parece mediar un trecho inconcebible.  Pero probablemente no sea Bacon y su utópico cientificismo la imperfeccion, como dijimos,  sino el hombre, el majadero hombre...

No obstante el espectacular influjo de la ciencia en nuestras vidas, especialmente hoy, era de la información, sociedad postindustrial, y no obstante el constante flujo y reflujo de utopías futuristas, el hombre lejos está de concebirse como una máquina, máquina robótica como las de hoy.  Ni siquiera en el caso de la cibernética, que concilia al tejido vivo (pensante o palpitante) con la máquina locomotora, se puede concebir que el majadero pierda ese espíritu de la duda y de la tentación que lo hará acariciar para siempre lo que se suponga más allá de los límites.  Porque tal pareciera su definición y tendencia:  el infinito y la imprecisión; y tal noción pareciera corroborarse en época tan científica y precisa como la de hoy cuando, a pesar de los caminos explorados, el majadero sigue mirando más allá y tentando el infinito, preguntándose lo de siempre:  ¿qué somos?, ¿de dónde venimos? y ¿hacia dónde vamos?   Cómo si no hubiésemos llegado a un punto que se pueda considerar un límite.

El alma humana es una sed que no se sacia.

 

Notas:

¹  Francis Bacon:  Novum Organum [en línea]. – [S.P.I.]. - Libro primero, Aforismo 68. http://paranalisis.blogspot.com/2012/08/francis-bacon-novum-organum.html.  [Consulta: 4 sep 2012].
²  Ignacio Burk:  Filosofía:  Una introducción actualizada / Pedro Luis Díaz García y Luis Felipe Quintanilla Ponce (Col). – Caracas:  Insula [impreso por Grafarte para Vzla], 1984 [tomado de la Cub.]. – p. 10.
³  Bacon:  Novum... - Aforismo 84.

“Alguien ha dicho que los sentidos son los maestros primarios de la humanidad.  Nos enseñan las primeras letras:  un sinfín de cosas útiles, pero también una buena porción de falsedades.  La cosmología de Aristóteles fue falsa porque daba demasiado crédito a los ojos.  El científico les tiene una cierta desconfianza a los sentidos:  a ojos y oídos”
Ignacio Burk.

I. Pintorequismo idealista

La historia del mundo antiguo está llena de graciosas o grotescas anécdotas sobre filósofos.  Rápido viene a la mente aquel impresionante señor sofista que se paraba en la plaza pública y ante un auditorio por fuerza culto ─el griego─ demostraba cómo una tortuga le ganaba una carrera a Aquiles, el de los pies ligeros.

O esta otra, que calza al pelo con nuestro tema:  que Demócrito se arrancó los ojos para impedir que las impresiones del mundo exterior interfiriesen en sus meditaciones.

Y así muchas otras que ponen ante nuestros ojos a unos griegos entusiastas y capaces de todo por conservar la mecánica de su razonamiento lógico.

Demócrito tuvo como discípulo a Protágoras, el famoso creador de la frase “El hombre es la media de las cosas”, de gran controversia interpretativa hasta hoy; y tuvo como maestro a Leucipo de Mileto, fundador de la teoría atomista, aunque para muchos estudiosos no existió más que como un ardid-invención de Demócrito para sustentar sus afirmaciones.

Demócrito es considerado por muchos el padre de la ciencia moderna por aquella propuesta suya de desterrar a la magia en la explicación de los fenómenos físicos:  sentir el contacto de un cuerpo sobre la mano, por ejemplo, no tiene su causa en la presencia de un dios de la materia en las cosas, sino en un proceso puramente físico y mecánico.  Más allá, incluso, postula que la visión es posible a la emisión de partículas de los cuerpos, teoría corpuscular desarrollada siglos después por Newton.

Sin que esto necesariamente deje de conceptuarlos como idealistas, como de hecho más modernamente los catalogamos (pensadores entregados a un puro discurrir del razonamiento, que da para hacer ciencia y explicar la vida, rozando la meditación), tales inquietantes atisbos epistemológicos traen a la consideración la eterna discusión de la conciencia humana como derivada de la materia o de las ideas (dualismo materialismo-idealismo).

Al sacar a dios de los cuentos humanos, a Demócrito se le considera el primer ateo.  Postula que la realidad es materia:  "Los principios de todas las cosas son los átomos y el [vacío]; todo lo demás es dudoso y opinable"; y que "El conocimiento verdadero y profundo es el de los átomos y el vacío, pues son ellos los que generan las apariencias, lo que percibimos, lo superficial”.

Dice la literatura que Platón en su tiempo lo aborrecía y que, en un acceso de ira, intentó quemar sus escritos.

De Protágoras, su discípulo, el de la fase controversial arriba dicha, se dice que fue el creador del arte retórico y el primer profesional de la educación que se conoce:  sofista, viajero, donde iba cobraba un alto sueldo por enseñar.

Era lo que hoy se llama un agnóstico:  “respecto a los dioses, no tengo medios de saber si existen o no, ni cuál es su forma. Me lo impiden muchas cosas: la oscuridad de la cuestión y la brevedad de la vida humana.” Actitud escéptica que, como en Pirrón (fundador del escepticismo filosófico), probablemente fue alimentada por su condición viajera y gran conocedor de mundo.

Su frase “El hombre es la medida”, independientemente de la interpretación individual o colectiva que se le dé, encarna un alto contenido de relatividad humana, fundamentalmente anclada en la capacidad de juicio de los hombres, inevitablemente soportada en el testimonio de los sentidos, considerados de dudosa exactitud o perversión hasta por ellos mismos, los antiguos.  No es casual que de esta línea familiar de filósofos mencionados algunos hayan acometido acciones tendentes a suprimir el yerro que se hereda del testimonio de los sentidos y que puede turbar la capacidad de juicio del hombre:  como se dijo de Demócrito, que se sacó los ojos para que no entorpecieran su meditación del mundo, también se dice que el filósofo Pirrón se extirpó las cuerdas vocales para así mantener una libre suspensión del juicio.

Después de leer su escrito Sobre los dioses, muerto su protector Pericles, este discípulos de Demócrito, Protágoras, cayó en desgracia.  Fue acusado de impiedad, y se impartió la orden de quemar sus libros y condenado a muerte o destierro, disyuntiva aún imprecisa.  Tal cual como ocurriera con Sócrates, condenado por profesar y propalar sus creencias, incómodas para el orden establecido.

Del maestro de Demócrito, Leucipo de Mileto, hay que decir lo que del mismo Demócrito:  fundó el atomismo mecanicista:  existe el ser (formado por átomos) como el no-ser (formado por el vacío), esto en aparente respuesta a las enseñanzas de su maestro Parménides.  Atiende la naturaleza formal de las cosas y señala, por ejemplo, que el alma esta formada por átomos esféricos.

 

II. La cruda materia

Lo anterior, tal retahíla sobre filósofos convencidos de  sus ideas y desconfiados del testimonio que le brindan sus propios sentidos, sienta el precedente conflictivo filosófico entre la autoridad y el pensamiento, emblemáticamente ilustrado con la vida y condena de Sócrates, si hablamos de los antiguos, y con la de Galileo Galilei o Giordano Bruno, si de los modernos.

Desterrar la magia como opción explicativa del mundo sensible y, en consecuencia, ser acusado de ateo por excluir a los dioses de las debidas explicaciones; traer a colación a los átomos, aquello no que no se puede cortar, y proclamar y propalar que ellos por sí mismos (no por dioses) generan una sensibilidad que permite percibirlos; sufrir persecución y quema de libros como represalia y castigo por todo lo anterior, inaugura un cuadro de la experiencia gnoseológica que encuentra repetición varios siglos después con Copérnico, Giordano Bruno, Francis Bacon, Galileo Galilei y René Descartes en la fundación de la filosofía y ciencia modernas.

Y es porque en el fondo, puede decirse, lo mismo para antiguos como para modernos, pende a la consideración el tema de la materia y la conciencia, de las ideas y la conciencia, apartados que dividen en corrientes a la filosofía.  Los unos materialistas, desterradores de dioses en su explicación de que la conciencia humana es consecuencia de lo material; los otros idealistas, que propalan que la idea es lo primordial.

En el principio no fueron los hombres, seres concretos, sino los dioses, seres etéreos.  Es la era mágica y primera de la razón humana.  Herramientas y hasta los mismos sentidos humanos son prescindibles para acceder a lo que entonces los hombres proclaman sus verdades, sus esencias, sus dioses, su panacea explicativa.  Si en un principio son las ideas (eso etéreo inalcanzable), es consecuente que la meditación sea el camino esencial para acceder a ellas.  Por ello no extraña que un Demócrito se arrancase los ojos para no importunarla; o que un Pirrón se extirpase las cuerdas vocales para no contaminar su juicio durante su ocurrencia.

El único método que entonces precisa tal sistema filosófico para sin yerro dar con la verdad, para su ciencia fundar una historia natural, es el de la meditación y el de seguir la evolución del espíritu, como dijera casi dos mil años después Francis Bacon.  Porque la verdad está subsumida en lo esencial, en lo etéreo, en la interioridad del individuo que percibe su sustancia y en su abstracción de lo externo.  La primera edad filosófica del mundo es, pues, la meditación, con todos su yerros y omisiones respecto del mundo extraconciente.

Pero los hombres son humanos y están dotados ─limitada e imperfectamente─ de sentidos, entonces la medida de las cosas.  Son los “genios malignos” del error (tanto entonces como ahora), como también mucho tiempo después dijera Descartes.  Su testimonio fementido hacia la corriente interna de la evolución del espíritu y sus ideas eventualmente degeneraba en perturbación contaminante.  Así ─volvemos─ se explica la anécdota de Pirrón y Demócrito.

Sin embargo, con todo y su por algunos postulada inadecuación en la aprehensión de lo esencial, los sentidos fueron la primera medida filosófica, la primera escuela de los hombres, como lo es la misma infancia para el humano.  Verdad y error estaban implicados en su percepción y, aun en el supuesto de apreciar la verdad, su testimonio siempre se consideraba alejado de la pureza y divinidad imperante en lo esencial.

La tragedia para los hombres empieza con los brotes materialistas, muchísimo antes que la historia de estos griegos de los que hablamos.   En otras culturas y enfoques podía el agua generar la vida, tener sus propiedades y facultades, ser diosa instituida sin problema alguno; pero en la época griega que tratamos, atribuirle a la materia propiedades autónomas era incurrir en ateísmo e impiedad.  Un dios animaba la materia y con su magia la hacia sensible a la percepción humana.  Se entiende que no era posible eso de que “en un principio fuese la materia, luego la conciencia”. Los dioses siempre fueron.

Si ya la percepción imprecisa de las cosas comportaba una contaminación para la corriente interna de la busca de la verdad, perturbando la meditación, el libre fluir del espíritu, mayor drama habría de representar aseveraciones como que la materia tenía una sistémica vida propia, desentendida de divinidad alguna; grave era eso de que una moneda en la mano la percibo porque ella, materialmente, emite un peculiar efecto y no porque la anime un dios para que yo sepa.  Lo contrario no es idealismo, sino ateísmo, para desgracia de sus propulsores.

Se trata de una era primitiva del pensar, como llevamos dicho, ensimismada en su propia fenomenología, en su dialéctica, que abarcó toda la época del razonar griego hasta el luminoso Aristóteles, que, sin otro remedio y auxilio que sus ojos y el peculiar razonamiento de herencia y formación, parió y oficializó dicho espíritu para el devenir de la humanidad, hasta hace muy poco.

Los escolásticos se encargarían después de vestir el cuerpo del pensar griego con el ropaje religioso cristiano (o viceversa), haciéndolo Estado, lo cual seguramente ha de representar la mayor aspiración del idealismo filosófico entre los políticos hombres.

Cuando con sus métodos y herramientas advienen los hombres de la ciencia moderna (Copérnico, Bruno, Bacon, Galileo, Descartes) y empiezan a cuestionar verdades establecidas, empieza otra vez a repetirse el ciclo del acusatorio de “irrespeto” al pensamiento divino, la historia de herejía, el ateísmo o impiedad.  Pero está vez con mejores métodos y esperanzas defensivos para el “hereje”; con más ciencia y menos refutación (aunque, en contrapartida, con más fanatismo); con más materia terrenal y menos aérea conciencia, para decirlo con un lenguaje de mayor aclimatación.  Y el asunto ─la debacle aristotélica y ptolomeica, específicamente─ empieza por el cuestionamiento geocentrista. 

La materia cobró dimensión existencial, filosófica, científica; empezó a tener leyes, leyes ajenas a etéreas divinidades.  Los nuevos instrumentos, apoyo de los sentidos, exorcizaban en lo posible el yerro natural humano, esa ingenuidad del principio.  Y el mundo de los sentidos empezó a caer; Aristóteles, a tambalearse.  No era tan cierto eso de que los sentidos fuesen la medida de las cosas (tomando partido nosotros por una de sus interpretaciones):  los ojos decían que alrededor de la Tierra, divina ella, giraba todo; pero los instrumentos empezaron a comprobar lo contrario.

El método y las herramientas hicieron la diferencia respecto de la ingenuidad filosófica antigua; trajeron consigo la filosofía y ciencia modernas.

La filosofía antigua es como la primera escuela de los sentidos:  verdad y mentira navegan en ella, como en barcazas construidas con medidas ingenuas.  Aristóteles oficializó el espíritu griego, pero también su caterva errónea, transformada luego en autoridad.  Y los escolásticos luego hicieron ese trabajo: pervirtieron el espírtu idealista griego y lo reclavetearon haciendo de la barcaza una iglesia.  Ergo, tenemos al hombre, ser político y religioso, pensante humano, sometido en su pensamiento al tal método de autoridad mental, avasallado, en fin, por tanta “verdad” impuesta, en los sucesivo acariciando el arma del dudar y la desconfianza. Esto si reducimos al hombre a la simpleza interpretativa de que es un ser de conflictos, de fe y rebelión.

Las nuevas herramientas, actitudes y métodos invirtieron los papeles en la busca de la verdad:  ahora lo perturbado en el hallazgo no era la corriente interna del espíritu; al contrario, el espíritu humano, con su formación y carga de maderos claveteados, era quien entorpecía el libre fluir e interpretación de la corriente material y sus leyes.  El punto es materia de reflexión para Bacon en su Novum Organum y sus conocidos ídolos del prejuicio.

La vida es sueño

 

“Descartes dice que la actitud filosófica equivale a despertar uno cada día a la verdadera realidad.  La metáfora del “sueño de la vida”, ¿es invención de Descartes?  ¿La emplean otros conocedores de lo humano:  poetas, literatos, dramaturgos y pintores?  Está justificada esa alusión universal al engaño y la ilusión de la vida humana?”
“¿Qué poder tiene el hombre frente a dudas e incertidumbres, según Descartes; y por qué es difícil ejercerlo?
Ignacio Burk

No inventó Descartes la metáfora el “sueño de la vida”, a pesar de sus concentradas meditaciones sobre la posibilidad del error humano en el contexto de la percepción ilusoria o engañosa en el hombre.    Es tema antiguo y hasta más viejo, y es de fama la metáfora de la caverna de Platón, donde apenas el humano puede percibir la sombra de las cosas esenciales, muy alejadamente del corazón de la divina verdad.

Podría decirse con Descartes que el ser humano es un sujeto de error perceptual en la medida en que sus sentidos son la medida de las cosas, parafraseando a Protágoras (485-11 a.C.), aunque en un sentido muy diferente a su originalidad; y en esa medida, sobre la posibilidad eminente de la imprecisión, el hombre sería un ser de ilusión, de engaños, como viviendo en sueños, por consiguiente, tomando la ficción por realidad.

Deja Descartes claro en sus Meditaciones que la percepción de los sentidos no le merecen confianza, como es ya lugar común decirlo, y llega incluso a catalogarla en sí misma como un pensar, dado que su reflexión apunta a que no es posible tener una idea en el intelecto que antes no estuviera en los sentidos (véase ““Meditación sexta:  sobre la existencia de las cosas materiales y sobre la distinción real del alma y del cuerpo”).

No obstante, advierte que no es fácil sustraerse a semejante dulzor de la percepción fácil e ingenua, si se contrasta con la acción trabajosa de tener que descubrir nuevas realidades y lidiar con ellas, de tener que dudar de lo presente y preconcebido, situación que inevitablemente alteraría el ritmo placentero de la corriente vida de los hombres, entregados al soñar del mundo conocido.

Cuestionar la preconcepción aristotélica de la vida, dudar de los sentidos como transmisores de realidad y fundar nuevas actitudes frente a lo establecido como universalidad (duda metódica) se redondean en su archiconocido aporte a la revolución científica y a la filosofía moderna; pero es también suya esa propuesta intrínseca y vital de que el hombre filosófico es aquel que despierta a diario a verdaderas realidades, fuera ya de la burbuja ilusoria del sueño y su irreal mundo conocido.

Sueño fue durante siglos la farsa perceptual aristotélica, argumentada (impuesta) prácticamente como destino.  Falaz fue su cosmogonía, sin embargo percibida como la realidad, el mundo, hasta que hombres como Copérnico, Galileo, Descartes y Bacon se sustrajeron del sueño y quebraron el cómodo transcurrir de la historia.

Su legado consiste, después de fundar métodos de ciencia y revolucionar el mundo conocido, en una eterna advertencia sobre lo humano, la verdad y el error, como decir, la duda eterna respecto del ser de las cosas.

En su obra (sus Meditaciones) se propuso primordialmente demostrar la existencia de Dios, vale decir, de la verdad, como lo declara en su “Meditación tercera:  de Dios, que existe”); pero la empresa, de suyo infinita e inatrapable, sólo se hizo susceptible a la demostración de lo que no es, es decir, al desmontaje de todo un sistema de falsedades de la historia y mente humanas.  Como si se pudiera decir:  demuéstrese la existencia de Dios develando lo real en medio de su obra, lo creado.

Al pelo vienen los versos de Pedro Calderón de la Barca (1600-81), en su obra La vida es sueño

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ficción,
Una sombra, una ilusión,
Y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
(Acto II, escena 19)

como para sentar aquello ilusorio de la vida frente al poderío final del destino, y que el hombre nuevo cartesiano estaría llamado a desenmascarar en su busca epistemológica.  Soberbios y mansos, suntuosos y humildes, farsas y realidades, todo parece perecer en esa especie de agujero negro que es el final, la muerte, que hace del todo una nada (sentido calderoniano) y hace lucir fantasmal a la vida.

Con Descartes se dirá que siempre el reto será aprehender a Dios, la verdad, la vida, la muerte, lo real...; o, mejor, incluso, determinar qué hay de falso en lo que de ello percibimos.

Filosofía y ciencia

 

“debe aprenderse la filosofía con muchos maestros y no con uno solo”
“Surgen a lo largo de la historia diferentes sistemas filosóficos”
“ha de ser toda filosofía un saber personalizado”
“no puede ser personal el conocimiento científico”
Ignacio Burk

Muchos maestros y no uno solo

Dado que la filosofía comporta, básicamente, una conciencia de “enfrentamiento reflexivo a la realidad”, su fruto se expresa como una conquista muy personal.  El universo presenta no solamente constancias físicas de las que se encarga la ciencia para derivar sus leyes; está cundido, también, de inconstancias, enigmas, misterios, incertidumbres, ante lo cual cada maestro da su explicación, asumiendo una posición muy particular, expresando sus propias respuestas

Puntos de vistas sobre el universo o el mundo no precisamente válidos universalmente (valga la redundancia).  Expresiones de su pensar, de su modo particular de explicarse el mundo sobre el contexto de su determinada época histórica.  De modo que muchos maestros podrían implicar el estudio o alusión tanto a muchos enfoques como épocas históricas de la humanidad.  Porque desde cada momento histórico se invocan respuestas a los misterios según su grado de cientificidad y madurez vital (sabiduría).

De Platón a Marx no sólo median épocas, sino múltiples amagos de explicación de la realidad.  Estudiar con muchos maestros, pues, significa participar del saber del otro para alimentar el propio, aludiendo en sus detalles a las precisiones de la historia y las pasiones humanas.  Siempre, por supuesto, teniendo en cuenta el “pichón” de filósofo que filosofar apunta a desarrollar un criterio propio que no habrá de bastarse con la simple repetición de doctrinas, como lo hicieron los maestros en cada una de sus épocas.

Diferentes sistemas filosóficos.

¿Determina el hombre a la época o la época al hombre?  El hombre, según los recursos cognitivos con los que cuente en su momento histórico, tienta el enigma a su manera.  Su vida y existencia, peculiar sobre su momento histórico, piden esclarecimientos.  La previa existencia de otros pensadores podría constituir un apalancamiento para cimentar una postura nueva respecto del mundo, pero esencialmente un sistema filosófico responde a la necesidad de respuesta de su peculiar época.  Tiene la filosofía, como la ciencia, sistematización y acervo en la enseñanza de los antiguos, pero ella en sí comporta una posición flagrante y personal ante la vida.  Siempre es en su momento.

Sería tonto conseguir por ahí a personas que repitan como loros los postulados cerrados de otras doctrinas filosóficas y llamarlos “filósofos”.  Cualquiera que como Platón se explique el mundo presente seguramente lucirá algo bobo, más si se hace a la idea de que es un “filósofo” (ello sin esperar que repita a esos otros filósofos elementales que explicaban la vida según el aire, el fuego, la tierra o el agua).

Filosofía como saber personalizado.

Dicho arriba:  cada época, una posición, sino sistema filosófico.  No se aprende “filosofía” como disciplina científica, tales como química o física.  Se asimila un modo de pensar y juzgar; se conquistan territorios enigmáticos con la penetración personal.  No hay leyes ni reglas.  Simplemente hay vidas con posiciones reflexivas sobre su existencia.

El impersonal conocimiento científico

La ciencia y sus reglas les pertenecen a todos.  Puede ser asible por todos.  Es como una medida universal, cuando se asume su lenguaje para llegar a sus centros.  No implica compromiso personal en la asimilación de sus leyes.  Cualquiera que tome su camino es susceptible de aislar y conceptuar sus constancias.  No existe ni creatividad ni compromiso en el acto de levantar los telones que guardan sus repitencias.

La filosofía, por su parte, es una posición ante la vida.  Dar forma a una explicación ante el hecho de la existencia implica la asunción de una posición subjetiva, donde la creatividad entra en acción para fundar mundos explicativos, paralelos metafísicos de la física realidad exterior que explora la ciencia.

Entradas antiguas Inicio

Blogger Template by Blogcrowds